Mucho tiempo después del paso de la Segunda Sombra, cuando los dragones volaban por el luminoso firmamento y las estrellas eran brillantes y numerosas, llegó la Era de los Grandes Gremios. Herreros, pastores, clérigos y tejedores dedicaron sus esfuerzos a alcanzar el control absoluto del conocimiento secreto. A través de los siglos, los tejedores destacaron por conseguir que su trabajo trascendiera los límites de lo puramente físico. Pero ahora, un extraño poder ha barrido su gremio al olvido, y la única esperanza para ellos y el resto del universo conocido la constituye un joven llamado Bobbin Threadbare, en cuyos hombros recae el pesado destino que le convierte en paladín contra el lado oscuro del Mundo, allí donde el temible Caos es señor absoluto.
La isla de Loom
Al despuntar el día de mi decimosexto cumpleaños, tuve la mayor alegría de mi vida. Por fin se iban a terminar los años de soledad y marginación. De una forma extraña, sólo conseguía recordar vagamente escenas en las que veía a los de mi gremio sumidos en la desesperación e imágenes de mi amada madre, la dulce Cygna, que arrancaban de mi pecho un dolor profundo. Nunca fue una criatura tan ajena a lo que el futuro le tenía preparado, a lo que los finos hilos entretejidos en el Telar de la vida habían decidido que fuese mi mágico destino. El mensaje de los Ancianos de mi pueblo me llegaba de una forma tan especial que era una premonición del futuro que me aguardaba.
Sin dilación alguna, dirigí mis pasos hacia la aldea, sintiendo cómo mi corazón se encantaba. Una vez en ella, me adentré en la tienda del Gran Consejo, que estaba construída de forma que aprovechaba una cavidad natural y, aunque exteriormente su aspecto no parecía gran cosa, en su interior unas enormes galerías tapizadas por trabajos de mi pueblo, daban acceso al lugar donde se guardaba el mágico telar que contenía en su interior el destino de todos y cada uno de nosotros. Junto a él pude distinguir la amada figura del maestro Hetchel, a quien los Ancianos parecían recriminar por algún motivo desconocido para mí. Tras unos minutos en la sombra, sólo alcancé a ver unas luces extrañas tras las que la sala quedó en silencio, y los ancianos desaparecieron sin dejar rastro alguno. Me acerqué al mágico telar, ante el cual distinguí un bastón que me pareció igual al que Hetchel utilizaba en sus conjuros mágicos y lo que parecía un huevo. Con algo de miedo, cogí el bastón y toqué con él el huevo. Para mi asombro, en mis oídos sonaron cuatro hermosas notas musicales. Sin saber muy bien por qué, un impulso extraño me empujó a levantar el bastón mágico, mientras en mi mente se volvían a repetir las cuatro notas recién oídas.
Entonces, algo extraño sucedió. Sin que yo me moviese, una especie de polvo de hadas envolvió al huevo, y éste se abrió saliendo de su interior un extraño pato bastante crecidito para ser un recién nacido. Pero no habían terminado ahí las sorpresas. El pato habló con voz familiar para contarme que era mi querido Hetchel sufriendo un encantamiento, y que mi destino era algo mucho más impresionante de lo que jamás hubiera podido imaginar. En mí estaban depositados los conocimientos y la esperanza de mi pueblo y de todo nuestro universo conocido. Pero los poderes mágicos eran algo que debía descubrir por mí mismo, de igual forma que había ocurrido con el huevo. Aquel no era sino el Conjuro de abrir objetos, que más adelante me sería de gran utilidad. El anciano Hetchel no podía darme más detalles, y se limitó a añadir que habría de encontrar la forma de salir de la isla de Loom, una vez que tuviese el suficiente poder para hacerlo. Además, me tranquilizó saber que aunque él tenía que partir, procuraría estar a mi lado si alguna vez lo necesitaba. Luego desapareció.
El libro de los conjuros
Salí de la tienda y recorrí el poblado. En una de las tiendas recogí el libro de conjuros de Hetchel y aprendí un impresionante truco para teñir de verde cualquier cosa. En otra, intuí algún objeto, pero una extraña oscuridad no me permitía ver nada. Desconcertado, me dirigí al bosque, en donde se asentaba el cementerio y donde reposaban los restos de mi amada madre. Ante la tumba de Cygna, descubrí unos extraños gráficos grabados en su lápida y un epitafio desconcertante. En él se hablaba del día en que el firmamento se abriese y algo más que no llegaba a entender. De los búhos del bosque aprendí algo que me fue útil en la tienda oscura, y luego decidí dirigirme al acantilado de la montaña, donde todo había comenzado. Parece que las cumbres tienen algún efecto extraño sobre nuestra mente, pues al volver a ella comencé a verlo todo más claro. Era fácil relacionar la inscripción de la lápida de Cygna con el lugar donde ahora me encontraba. Más por inspiración que por certeza, conseguí articular un nuevo conjuro que produjo un extraordinario fenómeno tras el que obtuve la embarcación que estaba necesitando para salir de la isla de Loom. Comenzaba aquí la batalla para la que no me cabía ya ninguna duda que había nacido.
La travesía fue bastante accidentada, pues en mi camino hallé un enorme tornado, que amenazaba con segar mi vida con la misma rapidez que lo haría la guadaña temible custodiada por el gremio de los Vidrieros. Mis descubrimientos en la isla me habían enseñado que lo más maravilloso de mi bastón mágico era que, además de permitirme efectuar conjuros, podía conseguir, con sólo tocar con él cualquier objeto o cosa, que en mi cerebro se engranaran las notas mágicas del hechizo que podía permitirme solucionar cada problema. Con el tornado me sucedió algo extraordinario. Mi primer impulso mágico no sólo consiguió anularlo, sino que pareció aumentar su intensidad haciendo que girase con más fuerza. Probé, pues, con el conjuro contrario y esta vez sí que di en la tecla. Despejado el camino, dirigí mi modesta embarcación hacia la costa de Mainland, que ya se adivinaba en lontananza. Llegado a la playa, noté perfectamente cómo la experiencia adquirida hacía que mi poder fuese cada vez mayor.
Sin vacilar me adentré en el bosquecillo cercano, donde encontré a unos asombrosos pastores del bosque de los que aprendí la técnica de hacerse invisible. Sin embargo, no me permitían cruzar sus tierras, por lo que no tuve más remedio que dirigir mis pasos hacia la ciudad de los Vidrieros.
Siempre había oído hablar de este asombroso gremio con admiración, pero nada podía hacerme imaginar una ciudad tan fabulosa. Por laberintos de cristal y espejos, me interné en ella, comprendiendo que unas gentes capaces de hacer aquella maravilla tenían que aumentar mi sabiduría sin ninguna duda.
La ciudad de los Vidrieros
Descubrí unos alucinantes teletransportadores que me permitieron alcanzar una habitación en la que dos figuras, a las que sólo alcanzaba a oír, hablaban sobre una bola de cristal mágica. Había oído que el Gremio de Vidrieros fabricaba estos instrumentos prodigiosos en los que se podía ver el futuro. Luego, las voces cesaron y comprendí que las dos personas se habían marchado. Intenté llegar a la habitación de la bola mágica, pero dos vidrieros que afilaban en la torre una enorme guadaña me impidieron el paso. Recordé entonces el truco de la invisibilidad aprendido de los pastores, e intenté efectuar sobre ellos este conjuro, pero no me daban tiempo a hacerlo. Después de un rato de dudas, decidí salir al exterior a tomar un poco de aire y fue entonces cuando advertí que la torre se veía desde donde me encontraba. Al momento, efectué nuevamente el hechizo y esta vez si tuve el éxito esperado. La invisibilidad me permitió cruzar la torre, aprender un nuevo conjuro de afilar objetos y enterarme de parte de los planes de un tal Obispo Mandible, que se perfilaba como mi más directo enemigo en la lucha contra los poderes del mal que había emprendido.
Llegado a la habitación donde se guardaba la bola mágica, descubrí en ella la forma de conseguir que los pastores me dejasen entrar en su territorio, y contemplé el rostro maligno de alguien que identifiqué como mi enemigo.
Dejando atrás la hermosa Crystalgard, volví a adentrarme en el bosque, donde los pastores no pusieron ya la menor objeción a mi paso. Ya en su territorio, unos hermosos prados me condujeron a unas cabañas, en las que encontré a una joven con un pobre corderito enfermo. La joven intentaba curarle con una vieja canción mágica, y aunque yo sabía que mi poder era muy superior al de ella, también era consciente de que todavía no lo era tanto como para curar al pobre animal. Tomé nota de la canción, no obstante, porque un nuevo presentimiento así me lo aconsejaba. Antes de partir, la chica me contó que tenían un grave problema con un enorme dragón que robaba sus ovejas mientras pastaban en los prados. Ellos intentaban evitarlo cubriendo a las ovejas con ramas verdes que las confundieran con la hierba, pero los animales no paraban de moverse de un lado a otro, por lo que el camuflaje pronto se deshacía. Repasé mentalmente mis habilidades y recordé maravillado que había una que aún no había usado, aprendida casi desde el principio y que podía ser la adecuada. Efectué el conjuro, y cuando contemplaba satisfecho cómo ya el dragón no podría robar más ovejas, sentí que unas garras poderosas me levantaban por el aire. El dragón había llegado de caza, y yo había sido la única presa que pudo distinguir.
La guarida del dragón
Surcamos los aires durante un tiempo, que me pareció interminable, hasta llegar a una enorme montaña con un volcán en su cima, por donde el monstruo se introdujo. Me ví, así, en una guarida enorme, en la que el dragón se tendió sobre un enorme montón de oro, dejando la tarea de merendarme para más tarde. Recorrí desesperado la gruta buscando una salida, descubriendo con horror que no existía. Decidí entonces intentar asustar a la enorme fiera, y probé a convertir todo el oro sobre el que estaba echado en paja. El dragón ni se inmutó, pero yo sentí que nacían nuevas fuerzas y habilidades dentro de mí, así que seguí probando hechizos hasta dar con el adecuado. Con un aullido de dolor, salió volando de su guarida, dejando al descubierto una galería que estaba ocultando con su cuerpo, y que parecía la única salida posible. Me adentré en ella y recorrí oscuros pasadizos entre los que encontré un hermoso lago subterráneo, donde me acerqué a reponer fuerzas. Por un impulso ya habitual, toqué sus aguas con el bastón mágico y un nuevo hechizo se dibujó en mi mente, mientras mi imagen se reflejaba en las cristalinas aguas. Continué mi camino hasta conseguir salir al exterior. Una estrecha senda serpenteaba alrededor de la montaña y, después de bajarla, descubrí que existía un puente sobre un abismo que se había derrumbado.
El gremio de los herreros
El camino estaba cortado, y me puse a pensar que el pequeño trozo desprendido no podía ser obstáculo para alguien como yo, que acababa de vencer a un enorme dragón. Con paciencia, repasé mis conjuros, y tengo que confesar que cuando di con el adecuado hasta yo mismo me quedé boquiabierto con lo que mis ojos contemplaron. Seguí mi ruta y llegué a un cementerio, donde un joven perteneciente al gremio de los herreros dormitaba plácidamente. Desde allí, contemplé la monstruosa ciudad de este nuevo gremio, con la forma de un enorme yunque. A las puertas de esta gran urbe, comprobé que de nada servía mi hechizo para abrir puertas, pues los guardianes no dejaban pasar absolutamente a nadie que no fuese de la ciudad. Recordé que el joven dormido tenía ropas usadas por el gremio, y que si me las ponía quizá podría engañarles y pasar el control sin mayores problemas. Luego, me di cuenta que de nada me serviría si una vez dentro cualquiera podía reconocerme como intruso. Cuando ya comenzaba a desesperarme, a mi memoria acudió una musiquilla aprendida en cierto lago mientras mi imagen se reflejaba. La cosa funcionó tan estupendamente que, incluso el maestro herrero, me confundió con el joven aprendiz Rusty, y me aplicó el castigo que a éste tenía reservado. Fui despojado de mi bastón mágico, encerrado en un calabozo y tuve, además, que contemplar cómo el viejo herrero lanzaba mi bastón al fuego,como si de un vulgar trozo de madera se tratase. Mi desesperación acabó en sueño, al final del cual algo extraordinario había sucedido. Mi bastón había vuelto.
Salí del calabozo y me adentré en los sótanos de la fortaleza. Allí me llevé la sorpresa de descubrir nuevamente a Mandible, en animada conversación con uno de los Maestros del Gremio de los Herreros. El malvado obispo tenía encargada la elaboración de espadas para abastecer a un enorme ejército, y su pedido estaba ya casi terminado. Decidí intervenir boicoteando el trabajo, pero fui sorprendido y apresado por la guardia del Clérigo.
Me condujeron hacia el castillo de los Clérigos, donde fui encerrado en una jaula como un animal, y estrechamente vigilado por el obispo y su más fiel esbirro. Esperaron a que hiciese uso de uno de mis hechizos, y fue el instante en que me fue arrebatado nuevamente en bastón mágico. Era lo que el malvado había estado esperando. Sus planes eran abrir una puerta entre este mundo y el más allá. Un ejército de muertos pasaría a nuestro mundo y él sería su jefe absoluto. Alimentados con el ganado de los pastores, armados con las espadas forjadas por los herreros y guiados por la visión del futuro extraída de la bola de cristal mágico, serían algo invencible.
El desenlace final
Pero el villano no había contado con algo inesperado. Cuando uno juega con fuego puede acabar quemándose. La puerta astral abierta por Mandible había sido cruzada en primer lugar por el temible Caos, para quien el obispo no era sino un pobre y molesto mortal.
Un gesto de la infernal criatura, y los sueños del clérigo se deshicieron como el humo. Había recuperado mi bastón mágico, pero ahora mi enemigo era alguien mil veces más poderoso que Mandible. No obstante, cada vez mi destino estaba más claro. Recordar por un momento a mi amada madre Cygna me dio el coraje suficiente para internarme por la grieta dimensional, y pasar al otro lado del universo. Desde allí, pude comprobar las fisuras abiertas por las huestes del mal y comprendí que mi primera labor era cerrarlas todas. Ayudé en lo que pude a los pobres gremios asaltados sin piedad, y llegué hasta el maravilloso lago, donde los espíritus de mi pueblo, convertidos en cisnes, esperaban el desenlace de la cruenta batalla.
La última puerta me condujo nuevamente a la isla de Loom, donde todo empezó a cobrar sentido. El telar mágico era ahora el centro del universo, y sólo su inmenso poder podía volver a dividir en dos los mundos del más allá y de la realidad. El anciano Hetchel volvía a ser imprescindible para la lucha contra el horrible Caos. Su sacrificio me otorgó las últimas claves para deshacer el gran telar, aislando al espíritu del mal en el lado oscuro del universo. Ahora, mientras surco los cielos con mi pueblo, agradezco a la inteligencia infinita creadora del mundo, el haberme concedido la oportunidad de desempeñar una labor de tanta trascendencia.
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Fuente: http://www.juegomania.org/guias/pc/6035
La isla de Loom
Al despuntar el día de mi decimosexto cumpleaños, tuve la mayor alegría de mi vida. Por fin se iban a terminar los años de soledad y marginación. De una forma extraña, sólo conseguía recordar vagamente escenas en las que veía a los de mi gremio sumidos en la desesperación e imágenes de mi amada madre, la dulce Cygna, que arrancaban de mi pecho un dolor profundo. Nunca fue una criatura tan ajena a lo que el futuro le tenía preparado, a lo que los finos hilos entretejidos en el Telar de la vida habían decidido que fuese mi mágico destino. El mensaje de los Ancianos de mi pueblo me llegaba de una forma tan especial que era una premonición del futuro que me aguardaba.
Sin dilación alguna, dirigí mis pasos hacia la aldea, sintiendo cómo mi corazón se encantaba. Una vez en ella, me adentré en la tienda del Gran Consejo, que estaba construída de forma que aprovechaba una cavidad natural y, aunque exteriormente su aspecto no parecía gran cosa, en su interior unas enormes galerías tapizadas por trabajos de mi pueblo, daban acceso al lugar donde se guardaba el mágico telar que contenía en su interior el destino de todos y cada uno de nosotros. Junto a él pude distinguir la amada figura del maestro Hetchel, a quien los Ancianos parecían recriminar por algún motivo desconocido para mí. Tras unos minutos en la sombra, sólo alcancé a ver unas luces extrañas tras las que la sala quedó en silencio, y los ancianos desaparecieron sin dejar rastro alguno. Me acerqué al mágico telar, ante el cual distinguí un bastón que me pareció igual al que Hetchel utilizaba en sus conjuros mágicos y lo que parecía un huevo. Con algo de miedo, cogí el bastón y toqué con él el huevo. Para mi asombro, en mis oídos sonaron cuatro hermosas notas musicales. Sin saber muy bien por qué, un impulso extraño me empujó a levantar el bastón mágico, mientras en mi mente se volvían a repetir las cuatro notas recién oídas.
Entonces, algo extraño sucedió. Sin que yo me moviese, una especie de polvo de hadas envolvió al huevo, y éste se abrió saliendo de su interior un extraño pato bastante crecidito para ser un recién nacido. Pero no habían terminado ahí las sorpresas. El pato habló con voz familiar para contarme que era mi querido Hetchel sufriendo un encantamiento, y que mi destino era algo mucho más impresionante de lo que jamás hubiera podido imaginar. En mí estaban depositados los conocimientos y la esperanza de mi pueblo y de todo nuestro universo conocido. Pero los poderes mágicos eran algo que debía descubrir por mí mismo, de igual forma que había ocurrido con el huevo. Aquel no era sino el Conjuro de abrir objetos, que más adelante me sería de gran utilidad. El anciano Hetchel no podía darme más detalles, y se limitó a añadir que habría de encontrar la forma de salir de la isla de Loom, una vez que tuviese el suficiente poder para hacerlo. Además, me tranquilizó saber que aunque él tenía que partir, procuraría estar a mi lado si alguna vez lo necesitaba. Luego desapareció.
El libro de los conjuros
Salí de la tienda y recorrí el poblado. En una de las tiendas recogí el libro de conjuros de Hetchel y aprendí un impresionante truco para teñir de verde cualquier cosa. En otra, intuí algún objeto, pero una extraña oscuridad no me permitía ver nada. Desconcertado, me dirigí al bosque, en donde se asentaba el cementerio y donde reposaban los restos de mi amada madre. Ante la tumba de Cygna, descubrí unos extraños gráficos grabados en su lápida y un epitafio desconcertante. En él se hablaba del día en que el firmamento se abriese y algo más que no llegaba a entender. De los búhos del bosque aprendí algo que me fue útil en la tienda oscura, y luego decidí dirigirme al acantilado de la montaña, donde todo había comenzado. Parece que las cumbres tienen algún efecto extraño sobre nuestra mente, pues al volver a ella comencé a verlo todo más claro. Era fácil relacionar la inscripción de la lápida de Cygna con el lugar donde ahora me encontraba. Más por inspiración que por certeza, conseguí articular un nuevo conjuro que produjo un extraordinario fenómeno tras el que obtuve la embarcación que estaba necesitando para salir de la isla de Loom. Comenzaba aquí la batalla para la que no me cabía ya ninguna duda que había nacido.
La travesía fue bastante accidentada, pues en mi camino hallé un enorme tornado, que amenazaba con segar mi vida con la misma rapidez que lo haría la guadaña temible custodiada por el gremio de los Vidrieros. Mis descubrimientos en la isla me habían enseñado que lo más maravilloso de mi bastón mágico era que, además de permitirme efectuar conjuros, podía conseguir, con sólo tocar con él cualquier objeto o cosa, que en mi cerebro se engranaran las notas mágicas del hechizo que podía permitirme solucionar cada problema. Con el tornado me sucedió algo extraordinario. Mi primer impulso mágico no sólo consiguió anularlo, sino que pareció aumentar su intensidad haciendo que girase con más fuerza. Probé, pues, con el conjuro contrario y esta vez sí que di en la tecla. Despejado el camino, dirigí mi modesta embarcación hacia la costa de Mainland, que ya se adivinaba en lontananza. Llegado a la playa, noté perfectamente cómo la experiencia adquirida hacía que mi poder fuese cada vez mayor.
Sin vacilar me adentré en el bosquecillo cercano, donde encontré a unos asombrosos pastores del bosque de los que aprendí la técnica de hacerse invisible. Sin embargo, no me permitían cruzar sus tierras, por lo que no tuve más remedio que dirigir mis pasos hacia la ciudad de los Vidrieros.
Siempre había oído hablar de este asombroso gremio con admiración, pero nada podía hacerme imaginar una ciudad tan fabulosa. Por laberintos de cristal y espejos, me interné en ella, comprendiendo que unas gentes capaces de hacer aquella maravilla tenían que aumentar mi sabiduría sin ninguna duda.
La ciudad de los Vidrieros
Descubrí unos alucinantes teletransportadores que me permitieron alcanzar una habitación en la que dos figuras, a las que sólo alcanzaba a oír, hablaban sobre una bola de cristal mágica. Había oído que el Gremio de Vidrieros fabricaba estos instrumentos prodigiosos en los que se podía ver el futuro. Luego, las voces cesaron y comprendí que las dos personas se habían marchado. Intenté llegar a la habitación de la bola mágica, pero dos vidrieros que afilaban en la torre una enorme guadaña me impidieron el paso. Recordé entonces el truco de la invisibilidad aprendido de los pastores, e intenté efectuar sobre ellos este conjuro, pero no me daban tiempo a hacerlo. Después de un rato de dudas, decidí salir al exterior a tomar un poco de aire y fue entonces cuando advertí que la torre se veía desde donde me encontraba. Al momento, efectué nuevamente el hechizo y esta vez si tuve el éxito esperado. La invisibilidad me permitió cruzar la torre, aprender un nuevo conjuro de afilar objetos y enterarme de parte de los planes de un tal Obispo Mandible, que se perfilaba como mi más directo enemigo en la lucha contra los poderes del mal que había emprendido.
Llegado a la habitación donde se guardaba la bola mágica, descubrí en ella la forma de conseguir que los pastores me dejasen entrar en su territorio, y contemplé el rostro maligno de alguien que identifiqué como mi enemigo.
Dejando atrás la hermosa Crystalgard, volví a adentrarme en el bosque, donde los pastores no pusieron ya la menor objeción a mi paso. Ya en su territorio, unos hermosos prados me condujeron a unas cabañas, en las que encontré a una joven con un pobre corderito enfermo. La joven intentaba curarle con una vieja canción mágica, y aunque yo sabía que mi poder era muy superior al de ella, también era consciente de que todavía no lo era tanto como para curar al pobre animal. Tomé nota de la canción, no obstante, porque un nuevo presentimiento así me lo aconsejaba. Antes de partir, la chica me contó que tenían un grave problema con un enorme dragón que robaba sus ovejas mientras pastaban en los prados. Ellos intentaban evitarlo cubriendo a las ovejas con ramas verdes que las confundieran con la hierba, pero los animales no paraban de moverse de un lado a otro, por lo que el camuflaje pronto se deshacía. Repasé mentalmente mis habilidades y recordé maravillado que había una que aún no había usado, aprendida casi desde el principio y que podía ser la adecuada. Efectué el conjuro, y cuando contemplaba satisfecho cómo ya el dragón no podría robar más ovejas, sentí que unas garras poderosas me levantaban por el aire. El dragón había llegado de caza, y yo había sido la única presa que pudo distinguir.
La guarida del dragón
Surcamos los aires durante un tiempo, que me pareció interminable, hasta llegar a una enorme montaña con un volcán en su cima, por donde el monstruo se introdujo. Me ví, así, en una guarida enorme, en la que el dragón se tendió sobre un enorme montón de oro, dejando la tarea de merendarme para más tarde. Recorrí desesperado la gruta buscando una salida, descubriendo con horror que no existía. Decidí entonces intentar asustar a la enorme fiera, y probé a convertir todo el oro sobre el que estaba echado en paja. El dragón ni se inmutó, pero yo sentí que nacían nuevas fuerzas y habilidades dentro de mí, así que seguí probando hechizos hasta dar con el adecuado. Con un aullido de dolor, salió volando de su guarida, dejando al descubierto una galería que estaba ocultando con su cuerpo, y que parecía la única salida posible. Me adentré en ella y recorrí oscuros pasadizos entre los que encontré un hermoso lago subterráneo, donde me acerqué a reponer fuerzas. Por un impulso ya habitual, toqué sus aguas con el bastón mágico y un nuevo hechizo se dibujó en mi mente, mientras mi imagen se reflejaba en las cristalinas aguas. Continué mi camino hasta conseguir salir al exterior. Una estrecha senda serpenteaba alrededor de la montaña y, después de bajarla, descubrí que existía un puente sobre un abismo que se había derrumbado.
El gremio de los herreros
El camino estaba cortado, y me puse a pensar que el pequeño trozo desprendido no podía ser obstáculo para alguien como yo, que acababa de vencer a un enorme dragón. Con paciencia, repasé mis conjuros, y tengo que confesar que cuando di con el adecuado hasta yo mismo me quedé boquiabierto con lo que mis ojos contemplaron. Seguí mi ruta y llegué a un cementerio, donde un joven perteneciente al gremio de los herreros dormitaba plácidamente. Desde allí, contemplé la monstruosa ciudad de este nuevo gremio, con la forma de un enorme yunque. A las puertas de esta gran urbe, comprobé que de nada servía mi hechizo para abrir puertas, pues los guardianes no dejaban pasar absolutamente a nadie que no fuese de la ciudad. Recordé que el joven dormido tenía ropas usadas por el gremio, y que si me las ponía quizá podría engañarles y pasar el control sin mayores problemas. Luego, me di cuenta que de nada me serviría si una vez dentro cualquiera podía reconocerme como intruso. Cuando ya comenzaba a desesperarme, a mi memoria acudió una musiquilla aprendida en cierto lago mientras mi imagen se reflejaba. La cosa funcionó tan estupendamente que, incluso el maestro herrero, me confundió con el joven aprendiz Rusty, y me aplicó el castigo que a éste tenía reservado. Fui despojado de mi bastón mágico, encerrado en un calabozo y tuve, además, que contemplar cómo el viejo herrero lanzaba mi bastón al fuego,como si de un vulgar trozo de madera se tratase. Mi desesperación acabó en sueño, al final del cual algo extraordinario había sucedido. Mi bastón había vuelto.
Salí del calabozo y me adentré en los sótanos de la fortaleza. Allí me llevé la sorpresa de descubrir nuevamente a Mandible, en animada conversación con uno de los Maestros del Gremio de los Herreros. El malvado obispo tenía encargada la elaboración de espadas para abastecer a un enorme ejército, y su pedido estaba ya casi terminado. Decidí intervenir boicoteando el trabajo, pero fui sorprendido y apresado por la guardia del Clérigo.
Me condujeron hacia el castillo de los Clérigos, donde fui encerrado en una jaula como un animal, y estrechamente vigilado por el obispo y su más fiel esbirro. Esperaron a que hiciese uso de uno de mis hechizos, y fue el instante en que me fue arrebatado nuevamente en bastón mágico. Era lo que el malvado había estado esperando. Sus planes eran abrir una puerta entre este mundo y el más allá. Un ejército de muertos pasaría a nuestro mundo y él sería su jefe absoluto. Alimentados con el ganado de los pastores, armados con las espadas forjadas por los herreros y guiados por la visión del futuro extraída de la bola de cristal mágico, serían algo invencible.
El desenlace final
Pero el villano no había contado con algo inesperado. Cuando uno juega con fuego puede acabar quemándose. La puerta astral abierta por Mandible había sido cruzada en primer lugar por el temible Caos, para quien el obispo no era sino un pobre y molesto mortal.
Un gesto de la infernal criatura, y los sueños del clérigo se deshicieron como el humo. Había recuperado mi bastón mágico, pero ahora mi enemigo era alguien mil veces más poderoso que Mandible. No obstante, cada vez mi destino estaba más claro. Recordar por un momento a mi amada madre Cygna me dio el coraje suficiente para internarme por la grieta dimensional, y pasar al otro lado del universo. Desde allí, pude comprobar las fisuras abiertas por las huestes del mal y comprendí que mi primera labor era cerrarlas todas. Ayudé en lo que pude a los pobres gremios asaltados sin piedad, y llegué hasta el maravilloso lago, donde los espíritus de mi pueblo, convertidos en cisnes, esperaban el desenlace de la cruenta batalla.
La última puerta me condujo nuevamente a la isla de Loom, donde todo empezó a cobrar sentido. El telar mágico era ahora el centro del universo, y sólo su inmenso poder podía volver a dividir en dos los mundos del más allá y de la realidad. El anciano Hetchel volvía a ser imprescindible para la lucha contra el horrible Caos. Su sacrificio me otorgó las últimas claves para deshacer el gran telar, aislando al espíritu del mal en el lado oscuro del universo. Ahora, mientras surco los cielos con mi pueblo, agradezco a la inteligencia infinita creadora del mundo, el haberme concedido la oportunidad de desempeñar una labor de tanta trascendencia.
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